martes, 19 de junio de 2012

Recordando a Sísifo


¿Quién no ha sentido nunca la sensación de, a medida que está haciendo un trabajo, verse cada vez más cerca de la meta y cuando roza la cinta de la llegada con la yema de los dedos ver como la meta se vuelve a alejar?
Esa sensación me invade desde hace tiempo, pero no tengo la exclusiva. Podríamos hablar de una de las paradojas de Zenón, pero lo primero que me ha venido a la cabeza a cuenta de este tema es el mito de Sísifo, que suena a jugador de fútbol pero es un personaje de la mitología griega.
El buen hombre (o mal hombre, si se lee la historia, aunque no entraré en descalificaciones personales porque no tengo el gusto de conocerle) trató de esquivar a la muerte de varias maneras (quien quiera ampliar detalle que lea un poquito, que si no esto va a ser más largo que un día sin pan) y los dioses lo castigaron a empujar una piedra enorme (si Sísifo hubiera sido de Bilbao seguro que no le parecía tan grande) cuesta arriba por una ladera empinada, con tan mala fortuna (más bien mala leche divina) de que la piedra rodaba hacia abajo antes de que alcanzase la cima de la colina.
Sin ánimo de entrar en comparaciones, me miro en el espejo (lo menos posible, todo sea dicho) y veo  que no es sólo que la piedra ruede cuesta abajo, sino que me persigue (como le pasa al Coyote cuando se la quiere jugar al Correcaminos, pero de esto hablaremos otro día). Esperemos que no nos aplaste y que el castigo, a diferencia de lo que le ocurrió al gixajua de Sísifo, no sea eterno.
Por darle un poco la vuelta al tema, pensemos que si le damos un meneo fuerte a la piedra, igual llegamos a llevarla hasta la cima o más allá (que a brutos no nos gana nadie), y hagámoslo convencidos y teniendo fe en que nuestro esfuerzo tendrá su recompensa, o aunque sea, que no tenemos nada de los que arrepentirnos.
Esto de “¡Que nos quiten lo bailao!”, lo pensaba también –aquí engarzamos con la recomendación musical del día- la grandísima dama de la canción francesa, con garra, carácter, … (parece una presentación de José Luis Moreno): Edith Piaf, en un tema que supone prácticamente un testamento vital (por cierto, los jóvenes veinteañeros no conocen a Edith Piaf, ¿dónde vamos a llegar?): “Je ne regrette rien”, la canción que esperaba la Piaf para su regreso al Olympia de París tras un año de parón por problemas de salud (que acabarían con ella tres años mas tarde).
Un pequeño fragmento de la letra nos hace ver la dimensión de la canción que adquirió de inmediato la categoría de mito:

 Non, rien de rien
Non, je ne regrette rien
Ni le bien qu'on m'a fait, ni le mal
Tout ça m'est bien égal
Non, rien de rien
Non, je ne regrette rien
C'est payé, balayé, oublié
Je me fous du passé

No, no me arrepiento de nada
Ni el bien que me han hecho, ni el mal
Todo eso me da lo mismo
No, nada de nada
No, no me arrepiento de nada
Está pagado, barrido, olvidado
Me da lo mismo el pasado


martes, 14 de febrero de 2012

Mitos del deporte: Marco Pantani

23.45 del 14 de febrero de 2004. El Athletic acaba de empatar a uno en el Estadio Municipal de Anoeta con goles de Yeste y Nihat. De tertulia en el bar Udane donostiarra, de repente todas las miradas se dirigen al televisor donde se anuncia la noticia: "Hallado muerto Marco Pantani".

Hoy se cumplen ocho años de ese hecho, una muerte cuya causa nunca fue totalmente esclarecida, porque a pesar de que la causa oficial atribuida tras la autopsia fuera un fallo cardíaco consecuencia de un edema pulmonar y cerebral, su decadencia y reconocida adicción a la cocaína de los últimos años junto con la aparición de antidepresivos junto al cadáver un halo de sospecha ha cubierto siempre su fallecimiento.

Sin embargo, pasado este tiempo no nos queda más que recordar al mito y sus gestas. Aquellas tardes de primavera-verano en las que nos hacía levantar del sofá para vitorear sus demarrajes, porque independientemente de cuál fuera el corredor preferido de cada uno, muchos (por no decir casi todos) aficionados éramos de Pantani. Conscientes de habernos topado con un corredor irrepetible, acumulábamos recuerdos en la memoria de un hombre que fue un mito en vida.

Como glosar sus andanzas podría ser interminable, sirvan estos clips para mantener vivo el recuerdo de "Il Pirata".

1. Un Pantani semidesconido hasta entonces para muchos arma el taco en el Mortirolo. Berzin le intenta seguir y revienta e Indurain llega de atrás hacia delante enganchando con el italiano. Sin embargo, se desgasta en exceso en la subida traicionera a Aprica y una pájara tremenda echa por tierra sus aspiraciones en el Valico de Santa Cristina, un puerto trampa calificado de 2ª (7 km al 9%, eso en otros sitios es HC) donde Pantani se encamina a la victoria. La retransmisión de Tele5 no tiene precio (JJ Santos y compañía, vaya cuadrilla de pitonisos).







2. 1998. Ullrich se postula como dominador del ciclismo mundial durante un largo periodo. Bajo un manto de agua, Pantani, con el pañuelo anudado en la cabeza, lanza un ataque demoledor en el Galibier. Ciclismo del de verdad comentado por alguien que nos dejó demasiado pronto, el gran Pedro González.





3. 1999, la hecatombe. Pantani está arrasando en el Giro del 99. Me acuerdo de las alabanzas de Ángel González Ucelay en la Cope a voz en grito: "¡Y Dios creó las montañas! ¡Y entonces creo a Pantani!". Acaba de conseguir su cuarta victoria parcial. En el día de decanso, en Madonna di Campiglio, salta la bomba informativa: se ha hallado un nivel de hematocrito anormal (52%, 2 puntos por encima del nivel considerado aceptable por la UCI)en su sangre. Sin haber dado positivo, es expulsado del Giro. A las puertas del hotel, frente a un enjambre de periodistas, intenta explicar lo que ha pasado. Es el principio del fin.



miércoles, 1 de febrero de 2012

Recuerdos de una semifinal

Nota: Este post se debería haber publicado ayer, pero no se puede llegar a todo.

31 de enero de 2002; estadio Santiago Bernabéu; minuto 3 de la segunda parte: balón denro del área, Alkiza remata con la izquierda y la manda fuera en la mejor ocasión del Athletic, que empata a cero hasta el momento y acaricia el pase a la final de Copa. La marea rojiblanca desplazada hasta Madrid grita desde el tercer anfiteatro: ¡Athletic! ¡Athletic! Minutos después marca el Real Madrid. Todavía caerán otros dos. El viaje de vuelta transcurre en silencio sepulcral.

La eliminatoria había comenzado una semana antes y tuve la oportunidad de presenciar los dos encuentros constituyendo una de las experiencias futbolísticas más inolvidables que he tenido. Recuerdo especialmente el partido de ida. 1 hora antes del comienzo del match el ilustre Sergio Brau (gran periodista invidente, buen jugador de mus y mejor persona) y servidor de ustedes, estaban apostados en la cabina de Canal 11, con las gradas vacías y las luces del campo sin encender. Entrar en San Mamés siempre me ha producido un cosquilleo especial: pasar por el torno de la puerta 7, sus escaleras interiores, el acceso por los vomitorios para trepar por las empinadas escalerillas donde cohabitan localidades en banco corrido con las cabinas de radio, sentir que estás colgado sobre la línea de cal con un perspectiva increíble y el arco que sujeta la Tribuna Principal al otro lado.

El Real Madrid de Zidane era claro favorito y haciendo honor a tal condición se adelantó en los primeros minutos. La Catedral enmudeció viendo como sus esperanzas de clasificación para el último partido de la competición otrora coto donde los leones reinaban se esfumaban. Sin embargo, la emoción y la intensidad rojiblancas crecieron y dos zarpazos de Etxebe (golazo por la escuadra) y Urzaiz hicieron que 40000 gargantas estallaran y se rompieran al unísono. El bullicio era tal que no se podía oír a alguien que estuviera un metro más allá. Todavía escucho con cariño y emoción la narración del partido y de los goles (¡qué jovenes e inocentes éramos) que cantábamos a dos voces dejándonos el alma.

Con un 2-1 a favor poco importaba que coincideran el mismo día un examen de Interconexión de Sistemas Abiertos, un cumpleaños y el partido de vuelta. Estaba claro que éste último ganaba por goleada (total, convocatorias para aprobar había seis, cumpleaños muchos más y partido uno solo), por lo que el Continental matutino nos vio partir rumbo a la capital del Estado (esperando llegar de allí al cielo). No exagero si digo que de las 55 plazas del autocar, en más de la mitad iban corazones rojiblanco. La parada preceptiva en Lerma para reponer fuerzas nos permitió poner la radio para escuchar la última hora de la previa. En el autobús maquinábamos la estrategia que hiciera ganar al Athletic por lo civil o por lo criminal (¿de haber estado de inalámbricos, habríamos saldado al césped en el último minuto para frenar una contra si hubiera sido necesario, chato?). Ya en Madrid, las horas pasaron volando y tras dar la vuelta completa al Santiago Bernabéu (francamente impresionantes, si señor) nos dispusimos a ocupar nuestros asientos. La ilusión que brotaba en cada conversación en el corrillo de periodistas hacia que nuestra fe y esperanza creciera por momentos.

Sin embargo, todos sabemos como acabó el cuento. Pero aquí estamos otra vez, porque el fútbol nos debe una como me decían ayer. Por eso, y por no perder las buenas costumbres (o porque soy supersticioso), hoy toca noche de fútbol en familia, bocata de tortilla y sufrimiento a partes iguales. Han pasado 10 años en los que hemos ganado en sabiduría y templanza (que ya es hora, que hemos llegado a la edad de Cristo), pero sin perder un ápice de ilusión, locura y romanticismo. Espero dentro de 10 años contar que esto fue el principio de la conquista de la 25ª Copa.