domingo, 29 de julio de 2007

Cachi-Bachi

No se trata de una bebida alcohólica ni del último extranjero fichado por la Real, sino del punto de encuentro de algunos de los esforzados profesores de Eskola, una especie de reunión de Departamento que se celebra en un lugar privilegiado de la costa guipuzcoana alrededor, por supuesto, de una buena mesa.

El menú, modesto, se preveía estuviera compuesta por tortilla de patata y agua para todos, aunque el alto precio del tubérculo alavés obligó a cambiar tan suculento manjar por unas muelas de buey de mar (que se resistían a ser descascarilladas), rape a la parrilla, chuleta, pantxineta (recién hecho el hojaldre), cafeses y copas (algunos hasta nos metimos un par de huevos fritos). Todo ello regado por buenos caldos y gozando de la brisa marina y las vistas a la playa. Casi nada.

Tras los postres, actuación de grupos musicales invitados provistos de acordeón, armónica y guitarra. Si algún día (Dios no lo quiera) se va Eskola a pique, intentaremos ganarnos el pan con la música, jeje. Lo reconozco, disfruté como un enano terminando como se debe hacer cuando se juntan a comer los vascos de bien (y los ciudadanos del mundo), cantando a pleno pulmón (hasta aburrir a más de uno).

Siete y media de la tarde. Es hora de levar anclas, pero los musiqueros no quieren parar y en alegre kalejira (algunos cobardones avergonzados guardan la distancia) nos dirigimos a una terraza donde continuamos con nuestras andanzas que son seguidas con atención por espectadores singulares como Karlos Argiñano (no cuaja la idea de cantar “El conejo de la Loles”, no vaya a ser que saque a su hija de Eskola).

Para acabar un día de fiesta excepcional y dado que empieza a hacer hambre, toca pensar en la cena: un platito combinado en Arrasate y vueltilla para despedirse del pueblo, vuelta fructífera, algún empresario hostelero que se cree en deuda con el gremio académico saca una ronda debalde y así vamos tirando la noche...

Nos lo habíamos ganado.