lunes, 15 de septiembre de 2008

Ilusiones por los suelos

El sábado las mirardas de los aficionados ciclistas estaban puestas en un único lugar: la cima de L’Angliru. En lo que a los aficionados vascos se refiere, era casi unánime el deseo de ver en la punta de lanza a ‘Fuji’ Antón. Hay algo en este ciclista que me causa admirarción: teniendo las condiciones como tiene te convertirse en un escalador de grandísimo nivel y con el margen de progresión que le queda, es un corredor que nunca dice una palabra más alta que otra, porque sabe que todavía no se puede permitir esas licencias pese que sea ganador de etapa en Vuelta a España, Vuelta a Suiza y Tour de Romandía (otros con menos recorrido se han creído merecedores de mucho más).

Sin embargo, una vez más, nuestras ilusiones se veían truncadas en el descenso del Cordal, puerto de inefable recuerdo para la afición vasca en cuya cuneta que Abraham Olano se dejase sus aspiraciones y media costilla en la edición de 1999 en una jornada de lluvia donde otros como Escartín vieron sus huesos volar sobre el quitamiedos.

A lo largo de la historia más de un favorito ha visto cómo un percance de estos daba al traste con todas sus esperanzas de victoria e incluso acababa con su vida (¿quién no se acuerda del terrible accidente de Fabio Casartelli en el descenso del Portet d’Aspet en el Tour del 95 o del fallecimiento de Andrei Kivilev en la Pariz-Niza de 2003? Son sólo unos ejemplos de los muchos que nos ha dejado el ciclismo).

Por su significación son dos las caídas que me han marcado en mi trayectoria de tifosso ciclista (la de Ocaña bajando el Col de Mente, en 1971, me pilló un poco joven todavia): la primera es la caída de Marino Lejarreta en el Gran Premio de Primavera de 1992 bajando Autzagane. Oír la noticia en la radio me impresionó pero ver las imágenes de su cuerpo en el asfalto, de ese Junco quebrado dejaron una profunda tristeza en el imaginario de un niño de trece años como yo, para quien Marino era el ciclista más grande. El especial que sacó Ciclismo a Fondo como homenaje a toda su carrera y el libro “Marino Lejarreta: hamalau ahaleginetako poza” de Arritxu Iribar y Ramón Etxezarreta son dos tesoros que conservo como oro en paño.

La segunda caída que tengo grabada a fuego es la de Joseba Beloki en aquella emboscada que preparó el Tour: Col de La Rochette, carretera estrecha, sol de justicia y asfalto derretido, con un Beloki encendido y en actitud amenzante dejando a las claras que los puestos secundarios en el cajón de París ya los conocía y le sabían a poco. Unos fotogramas valen más que mil palabras.



P.S.: Ya sé que me he olvidado de Zulle. Éste se merece un post aparte. Otro día será.