lunes, 1 de octubre de 2007

Que todas las noches sean noches de boda

Escribo estas líneas embargado todavía por la emoción, resuenan en mi cabeza los sones del “Maitia nun zira” mientras contemplo la llegada de los novios a una iglesia llena de amigos, me tiemblan las piernas y se me empañan los ojos ante semejante visión, se me encoge el corazón recordando el aurresku tan imprevisto como emotivo y me hago cruces viendo el poco sentido común de los recién casados colocando a su vera en la mesa a una cuadrilla de filibusteros que van dando el cantes aquí e incluso allende los mares y que gozaron con la compañía y las deliciosas viandas servidas (véase la foto en tamaño natural).

Ni todos los goles del Athletic pueden superar estos momentos que, para un tipo desmemoriado como yo, permanecerán imborrables en el recuerdo por los siglos de los siglos, como decía aquel, todos los días de mi vida.

No hace falta decir más; el resto queda resumido en esto que escribió en su día Jorge Luis Borges.


El árbol de los amigos

Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren todo el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas las vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.

Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro papá y nuestra mamá, nos muestra lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.

Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.

Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuándo no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.

Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ése da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.

También existen aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.

Hablando de cerca, no podemos olvidar a los amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.

El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.

Pero lo que nos deja más felices es darnos cuenta que aquellas que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.

Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre... simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevaron mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada.

Ésta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por causalidad.

...que todas las lunas sean lunas de miel.