lunes, 1 de diciembre de 2008

Dibida ieie nii dobadobi dobieini*

Se nos ha ido Mikel Laboa. No volveremos a ver sobre el escenario sus botas de monte, sus vaqueros desgastados y su jersey azulón; no gozaremos de los tres micros dispuestos en distintas partes del tablado donde lo mismo cantaba en portugués, que cantinfleaba o nos llegaba a una serie de preguntas que se cerraban en un lazo sin fin: Where is the pen? The pen is on the table. Where is the table? The table is in the classroom. Where is the classroom? The clasroom is in the pen...

Como siempre que sucede una de estas tengo que ponerme en plan Abuelo Cebolleta. La primera vez que me encontré con Laboa (en sentido figurado y hasta donde mi memoria alcanza) fue unos Reyes cuando tenía no más de 8 años. Fue con ocasión de la reedición en vinilo doble de su album Bat-Hiru que regalamos al aita. Me pareció curioso: alternaba canciones preciosas, con otras graciosas y otras que no alcanzaba a comprender y que andaban a medio camino entre el maullido de un gato al que le han pisado la cola y el chirriar de una puerta desengrasada. Ese era Laboa, un artista con aristas que aprendí a amar y admirar con el tiempo.

Sus detractores le echan en cara infumables canciones experimentales, pero también para ésas existe el momento adecuado. Sus seguidores escuchan sus Lekeitios en dosis pequeñas y se deleitan con los grande temas de siempre, que son muchos más de los que la gente recuerda a primera vista.

Hacer una lista de los himnos que ha dejado Laboa es sencillo a sabiendas de que quedará incompleta: Txoria txori, Herria eta hizkuntza, Sorterriko koblak, Haika mutil, Baga biga higa, ... Melodías populares y propias conjugadas con letras de poetas tan lejanos como Bertol Brecht u otros de casa como Xabier Lete (cuyo Izarren hautsa alzó hasta el Olimpo musical).

Era un artista de fácil imitación dado su peculiar estilo -sin ser una voz bella en el timbre, lo era en su forma y calidez- pero inigualable en la grandeza artística pese a su miedo escénico. En sus conciertos se disfrutaba con cada melodía sabiendo que no iba a ser un recital muy extenso (sobre todo en la última época) y que el cantante no era muy dado a los bises, y eso lo hacía un poco más especial. Era Mikel Laboa.

Por cierto, nieva sobre Mondragón e indefectiblemente recuerdo una de sus canciones que empezaba con Ez nau izutzen negu hurbilak...

Ikusi arte, Mikel

P.S.: Aunque aquí va algún vídeo de muestra con lo poco que se puede salvar de lo que hay en la red, es muy recomendable la visita a http://www.eitb.com/ donde hay bastantes vídeos dedicados a Laboa.

P.S.: *Del final de Sorterriko koblak