lunes, 25 de febrero de 2008

La ciudad no es para mí (susedido de un irunés primerizo en temas de altos vuelos)

NOTA: Ésta crónica debería haber sido publicada hace tres semanas. Diversas causas ajenas a mi voluntas lo han hecho imposible.

En muchas ocasiones les he comentado que un servidor es muy aldeano y que tiene muy poquito mundo. Es cierto, y como muestra de ellos aquí va este botón.

Por circunstancias de la vida de las que hablaremos en otro momento he tenido el privilegio de ser elegido para una actividad de formación a desarrollar en Madrid, un curso de VHDLs y FPGAs. Esto no supondría ninguna problema para ninguna persona en el mundo, excepto para aquellas a las que se les dispara la tensión cuando tienen que salir de casa, como es mi caso.

Después de estar bromeando toda la semana sobre cómo sería el viaje, al final el resultado superó ampliamente las expectativas de show. Yo me veía como Paco Martinez Soria en la gran ciudad con un cesto lleno de gallinas en un brazo y un cuadro en el otro (en ese gran clásico del cine que da título a este post y que ha sido tantas veces emitido en “Cine de barrio”), habida cuenta que era mi primer viaje en avión (ya sé que suena a ciencia-ficción, pero supongo que conocerán ustedes a más gente que jamás haya montado en aeroplano).

Primer paso: Ir al aeropueto con antelación. Esto estaba dominado. Las matemáticas las aprobé hace tiempo, me habían dicho que convenía estar una hora antes en el aeropuerto, más otra hora de trayecto en coche y media de margen de maniobra, madrugón sobre las tres de la mañana para coger el vuelo de las 6.45. Pues bien, con tanto comentario de la jugada el día anterior, en algún momento se cruzaron los cable y pasé a pensar que el vuelo era a las 7.45, por lo que media hora escasa antes de despegar estaba tranquilamente en el parking del aeropuerto escuchando las noticias.

De repente... se hilo la luz. ¡Coño! ¡Si hace media hora que tenía que haber estado en la terminal! Con el corazón en un puño aprieto el paso y entro por la puerta de salidas del aeropuerto. Llevo imprimido el resguardo de reserva del billete y veo que tengo que ir a la puerta tres. Y cuando llego a la cola para pasar por el detector de metales un señor trajeado me dice cuando ve mi papelote impreso:

-Eso no me vale
-¿No?- Le enseño el DNI (6.20 de la mañana, 25 minutos para el despegue)
-Me tiene usted que traer la tarjeta de embarque.
-¿Endevé?
-La tarjeta de embarque.
-¿Y eso dónde lo dan? (Me recuerda a la señora del Fibergran y el herbolario).
-Va usted a cualquier ventanilla de Iberia y la pide.

6.22. Con el corazón desbocado y rozando la desesperación, el avezado viajero se dirige a uno de los mostradores de Iberia (menos mal que me pasó en Bilbao y no en un aeropuerto más grande).
-Buenos días
-Buenos días
-Vengo a por la tarjeta de embarque- digo con un chisguete de voz, a lo que la señora, malencarada donde las haya, responde:
-Viene usted muy tarde (póngase voz de señora cabreada).

¡Eso ya lo sé yo también! A trancas y barrancas consigo que ese dechado de amabilidad que tiene Iberia por dependienta me dé la dichosa tarjeta de embarque.

Tras un Padrenuestro y dos Avemarías salimos rumbo a la tierra del chotis. A partir de ahí todo va miel sobre hojuelas. Dos horas atascado en un taxi en la M-40. Llego una hora tarde al curso. En la vuelta al hotel me tiro más de una hora en el Cercanías de Renfe. Estrés, sofocos, ... Gorroto!

Total, que a mi vuelta a Loiu estuve a punto de besar el suelo como hace el Papa.

Estoy vigilando un examen con la cabeza como un bombo, fiebre que noto cada vez está más alta, toses y moquillo como los perros. Y eso que sólo estuve dos días. La semana que viene que tengo que estar tres, ¿qué más me puede pasar?

Respuesta: más de una semana de baja con fiebre interminable e infección de garganta. Eli, Eli, lema sabachthani.