martes, 4 de noviembre de 2008

Gardel para olvidar

No sé si es porque se prestan al canto, por su ritmo o por su temática, el tango-canción me resulta un tema recurrente en los momentos de ánimo decaído. Esos tango tristes, desgarradores algunos, violentos otros, me ayudan a abstraerme de la machacante realidad.

Y dentro del tango existe un estilo único e inimitable que es el de Carlitos Gardel: esa voz fina, bailonga, a punto de quebrarse, con el ruido de fondo cris-cris-cris que denota lo viejo de la grabación. Ha habido muchos cantantes de tango y grandes voces masculinas y femeninas, más graves y más agudas, mucho mejor acompañadas por orquestas y con mejores arreglos, pero cada vez que escucho a Gardel la sensación es única, e incluso, como dicen los porteños, me da la sensación de que cada vez que pongo unos de sus discos canta mejor que en la ocasión anterior.

En estos tiempos oscuros Gardel muestra todo el fulgor de una estrella rutilante alumbra a los cabizbajos y meditabundos. Su sonrisa magnética, imitada como llave para el éxito por generaciones de gobernantes argentinos, bajo el ala del sombrero nos acerca a un estadio superior.

Después de este panegírico dedicando al más grande entre los grande del tango, y para todos los amantes de este género recomiendo se den un garbeo por una página web excepcional donde uno puede encontrarse con casi todo lo habido en este mundo con especial atención sobre nuestro protagonista, www.todotango.com.

Sólo queda despedirnos con un tango horrosamente triste. Sed felices.

Soledad

Yo no quiero que nadie a mí me diga
que de tu dulce vida
vos ya me has arrancado.
Mi corazón una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Yo no quiero que nadie se imagine
cómo es de amarga y honda mi eterna soledad,
pasan las noches y el minuto muele
la pesadilla de su lento tic-tac.

En la doliente sombra de mi cuarto, al esperar
sus pasos que quizás no volverán,
a veces me parece que ellos detienen su andar
sin atreverse luego a entrar.
Pero no hay nadie y ella no viene,
es un fantasma que crea mi ilusión.
Y que al desvanecerse va dejando su visión,
cenizas en mi corazón.

En la plateada esfera del reloj,
las horas que agonizan se niegan a pasar.
Hay un desfile de extrañas figuras
que me contemplan con burlón mirar.
Es una caravana interminable
que se hunde en el olvido con su mueca espectral,
se va con ella tu boca que era mía,
sólo me queda la angustia de mi mal.