jueves, 7 de agosto de 2008

Chantons mes chers amis! *

Con un poquito de retraso sobre el horario previsto (como Iberia) toca hacer crónica del fin de curso acontecido en la víspera de San Ignacio en que niños y mayores de Eskola se reunieron alrededor de una mesa. Pero en esta ocasión no pretendo que a los lectores se les haga la boca agua con un listado de los suculentos manjares de los que se dio cuenta en dicho encuentro, ni siquiera cantaré las maravillas de ese templo de la cocina que, gobernado por el ínclito JMZ, cada año nos deja con ganas de más.

Hoy quiero hablar de una de las más antiguas, mayores y mejores costumbre que los vascos de bien han tenido desde tiempo atrás una vez que finaliza la danza estomacal y estamos degustando buenos y variados digestivos. Evidentemente, hablo de cantar alrededor de la mesa. Aquí (“Ni bizi naizen herrian”, como decía la canción de Oskarbi) han cantado las cuadrillas cuando iban de txikiteo (todavía me acuerdo de pequeño cuando alguna vez mi padre me paseaba por los bares de la Plaza Urdanibia de haber escuchado a un puñado de estos singulares personajes en extinción hacer callar a un bar y ponerse a entonar a voces desde la canción más serie y solemne hasta algún verso en tono de humor), han cantado nuestras madres y amonas con la música de la radio o ellas consigo mismas a la hora de preparar la comida o mientras empuñaban la escoba, y fundamentalmente se ha cantado mucho y bien alrededor de la mesa.

Los temas podían ser de lo más variable: populares vascas (no hablo de las compañeras de partido de la recién dimitida María), habaneras y rancheras (que siempre han gozado de cariño por estos lares), bilbainadas y canciones de tasca. Sea lo que fuere se cantaba con gusto y placer para deleite de intérpretes y oyentes.

¿Qué pasa hoy? En los bares no se canta porque hay música puesta a todo trapo y porque la gente no se sabe esas canciones que estaban hechas para cantar a capella o con acompañamiento humilde; no se oye a gente cantando por los pasillos del trabajo o al cocinar; apenas se aprecian unas poquitas voces que intentan empezar a cantar en grandes comidas de empresa o festejos de pelaje similar ante la mirado de asombro y vergüenza ajena de los demás.

¿Qué esperanza nos queda? ¿Tendremos que hacer caso a Jorge Manrique cuando decía aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”? No os preocupéis que yo canto por todos. ¡Que tiemble el vecindario mientras preparo la cena!

*Esta arenga pertenece a la obra “Kanta berri” del maestro Pablo Sorozabal