martes, 6 de noviembre de 2007

El placer de las pequeñas cosas

No me sean calenturientos, que alguno al ver el título ya pensará que esto ha pasado de blog reflexivo a blog erótico-festivo y no es así. El post de hoy viene a colación de algo que me sucede de tarde en tarde, las pocas veces en que estoy en paz conmigo mismo y con el mundo (esos días en que la máquina de gruñidos se ha quedado sin pilas).

En este transcurrir ajetreado del día a día en el territorio de los malos olores, el fin de semana suele pasar volando y apenas si queda tiempo de disfrutar del hogar propio. De hecho, desde junio pasado, más de uno y de dos se empecinan con la cantinela de: “Bueno, ahora tendrás que comprar casa en Mondragón”. Pues sinceramente, pour l’instant –que dicen mis amigos Dominics- no tengo intención, porque éste no es mi hogar.

De eso me doy cuenta esos días en que me da tiempo a pasear tranquilo por mi ciudad. Para mí es un placer, porque lo hago desde el conocimiento pleno de que en el escalafón de ciudades feas Irun se puede llevar más de un galardón. ¿Y qué?

Me gusta levantarme temprano, salir de mi casa vieja y mal hecha que un maestro de escuela construyó hace cincuenta años torcida y llena de agujeros, y en la que mi madre lleva viviendo todos los días que tiene la casa menos los ventiún primeros (las escaleras estaban sin terminar).

Me gusta ir a por el periódico que me vende el señor que lleva años guardándome colecciones y revistas, y encontrarme con las amoñas del barrio, con alguna ex-maestra y hasta con el apaiza.

Me gusta coger el autobús en el que, alguna vez, me encuentro con el chófer que me llevaba todas las mañanas al instituto hace quince años e ir al peluquero (el segundo de toda la vida, el otro se jubiló), al que cada día le doy menos trabajo aunque todavía es capaz de sacarme la raya a la izquierda, y charlar con el sobre el Athletic y la Real, sobre el deporte irunés y la sociedad anónima, sobre el Alarde y sobre todo lo que huela a Irun.

Me gusta tener tiempo para andar por el Paseo de Colón, saludar a Don Pío (Baroja) en la plaza del Ensanche y pensar que es una lástima que no dejen prosperar al País del Bidasoa, ver una obra nueva aquí y un bache viejo allá, y llegar hasta Jenaro Echeandía para contemplar el ayuntamiento, que hay que aprovechar mientras nos dejan mantener toda la vista libre sobre la Plaza de San Juan con Aiako Harria al fondo (dentro de poco harán casas y perderemos lo poco bonito que tenemos).

Eso es lo que me gusta y ése soy yo; lo siento, las modas estas de ciudadanía del mundo y esas chanflainadas no me van, porque sólo me han enseñado a ser irunés y porque además, aunque esté mal que yo lo diga, la boina me sienta muy bien, y eso no lo puede decir todo el mundo.