lunes, 13 de agosto de 2007

Una noche en la ópera: La previa

Curioso día el sábado, el día del descanso si hacemos caso a su etimología, aunque no resultó ser tal. Tenía apuntada la cita desde hace un mes con la Quincena Musical (sin necesidar esos trastos del infierno que usan a todas horas los desmemoriados, las agendas electrónicas) para la representación de Los Cuentos de Hoffman, espectáculo prometedor a todas luces (eso vendrá más tarde) con lo que tomé rumbo hacia esa capital de provincia tan querida por mí.

Como hombre de paz que soy iba con buenos propósitos: llegar prontito, aparcar, dar una vuelta para mirar discos de música clásica en una de las tiendas de una conocida cadena de venta de cultura y otros enseres, tomar un café y dirigirme al Kursaal.

Primera dificultad: aparcar. Reconozco que cuando voy a la capital me doy cierto aire a Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí” (qué se le va a hacer, la boina me sienta muy bien y se me ha quedado encajada a rosca) por lo que pienso que meter el coche en un parking a las cuatro de la tarde será lo más fácil. Pues va a ser que no es tan sencillo porque primero hay que lograr entrar en el parking sin que se te cuelen los jetas que te abordan por los lados, y una vez dentro hay que usar las cartas del tarot para adivinar en qué planta puede estar la plaza que se ha librado.

Segunda dificultad: dinero. La tecnología al servicio de los ciudadanos. Como tengo que saldar deudas con la persona que me ha cogido la entrada intento que el noble acto de insertar un tarjeta de plástico en una ranura y darle a cuatro teclas se vea recompensado con unos billetes (da igual que sean nuevos o usados). Ya le dijo Pedro a Jesús hablando acerca del perdón: “Maestro, siete veces perdonaré si es necesario”, a lo que Jesús respondió: “Setenta veces siete habrás de perdonar”. Pues eso mismo, setenta veces siete intenté sacar dinero y otras tantas me lo negaron los innumerables cajeros del diablo. Me acordé de la pena negra, la Carmen de Barbastro y las señoritas de moral distraída de cierta localidad riojana, pero de nada sirvió. Como diría un ilustre caballero: ¿Por qué es todo tan complicado?

Frustrado, cabreado como un mono y encima en tierra extranjera de alguna manera había que hacer tiempo por lo que, aunque sin dinero tocaba ir a mirar discos. ¡Qué obscenidad de precios! Escuchar a Big Luciano cantando Che gelida manina no tiene precio, pero ¡caramba! 36 euros son muchos euros. Por lo tanto, aunque la estima que le tengo a la SGAE me lleva a desaprobar ciertas acciones ilegales que se pueden llevar a cabo valiéndose de los medios adecuados, me solidarizo con aquellos amantes del arte que no ven otro modo de poder gozar de las bellas melodías (los que usan los mismos medios para bajarse canciones de Melendi y otros pelones no entran en este grupo).

En resumen, toda la perfecta planificación se fue a tomar viento fresco y aportó un granito de arena más a mi tormentosa relación con la ciudad de las magdalenas (no va con doble sentido, porque va en minúscula).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero q son 36 € para un SOCIO de la corporación? aiii, oye al final te has olvidado de contar q tal lo demás xq despues del disco y el parking no te qedarias sin asistir, no? jeje x cierto si te animas a entrar al parkin del kursal directamente AL FONDO HAY SITIO xD good luck for the next time
saludos veraniegos estudiantiles