Bilbao, Avenida de Sabino Arana, septiembre de 1997, en el coche del aita suena “Herria eta hizkuntza” de Mikel Laboa. Al día siguiente empiezo a la Universidad y voy a un Colegio Mayor. Servidor de ustedes, que es muy amazulo, está aterrado. Recuerdo perfectamente las primeras caras, la ropa que llevaba y mi primera cena: sopa de fideo y tortilla de patata. Estaba a punto de comenzar una experiencia irrepetible, no diré que fueron los mejores años de mi vida porque espero que estén todavía por venir, pero los recuerdo con añoranza en sus buenos y en sus malos momentos, en sus gozos y en sus sombras.
De todo eso queda el poso y un puñado de amigos del alma. Nos juntamos unos cuantos hace dos semanas. La verdad es que nos cuesta cada vez más quedar, pero el recuerdo siempre está presente: las partidas de cartas, las sesiones de estudio a altas horas de la madrugada cuando nos partíamos de risa pensando en los ejercicios imposibles que nos podían poner en el examen del día siguiente, las enfermedades y los zumos de naranja, los partidos del Athletic y de la Real, las sesiones interminables de canturreo y esas grandes grabaciones musicales.
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