sábado, 5 de enero de 2008

Haur eder baten bila gabiltza zoratzen

Son las diez de la noche y en casa reina el silencio. Hace un rato hemos puesto los zapatos recién limpiados delante del Belén al que los Magos de Oriente se han ido acercando poco a poco durante toda la Navidad.

Oigo ruidos, cuchicheos, risitas. Se abre una puerta, se oye el inconfundible cris-cras del papel de regalo. Es la noche más mágica del año, una de las dos noches en que más me cuesta conciliar el sueño. No tengo la más remota idea de lo que me van a traer. Sólo he pedido una cosa material: el último disco de Mikel Laboa, que hay que pagarle la jubilación al buen hombre.

Por la mañana se desvelará el misterio. El conjunto ordenado de paquetes envueltos con esmero y cariño dará lugar a un revuelto en el que se mezclarán ropajes, colonias, alguna que otra sorpresa y que, por un momento, nos devolverá a los recuerdos de cuando éramos criaturas inocentes.

Estiraré el momento y abriré el último, no porque me crea especial, sino por disfrutar con cada uno de los regalos de los demás y para estirar un poco una Navidad espléndida, llena de cantos, comidas, risas y juegos de cartas. Cuando abra el último paquete y coma el último trozo de Rosco de Reyes se habrá acabado de verdad. Será hora de cambiar de disco en el coche, de meter en el cajón de la ropa que sólo se saca una vez al año la txapela y las abarcas y de mirar al calendario todo lo que nos queda para llegar al año que viene.

Felices Reyes

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